Noticias Científicas sobre el Autismo, Febrero 2017.

Contraer herpes genital en el embarazo aumenta probabilidad de autismo

Las mujeres que contraen herpes genital en los primeros meses de embazo tienen el doble de posibilidades de parir un hijo con autismo, informó este miércoles un equipo de investigadores noruegos y estadounidenses.

El informe, publicado en la revista mSphere, es el primero en demostrar que la respuesta inmunitaria de una mujer puede tener efectos nocivos en el cerebro del feto en desarrollo e influir en la probabilidad de que el niño o niña tenga autismo.

«Creemos que la respuesta inmunitaria de la madre al virus del herpes HSV-2 podría afectar el desarrollo del sistema nervioso central del feto, acrecentando el riesgo de autismo», explicó Milada Mahic, una científica del Centro de Infección e Inmunidad de la Universidad de Columbia en Nueva York, principal autora de este estudio.

Los investigadores no estiman que el riesgo de autismo en los niños esté directamente vinculado a la infección del feto, porque en ese caso podría ser fatal.

Consideran sin embargo que el riesgo está vinculado a una reacción del organismo de la madre o a una re-activación de la infección del herpes, sumado a una inflamación cerca del útero.

Revista mSphere

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Avance hacia el diagnóstico precoz del autismo

La capa que recubre el cerebro humano, llamada corteza, está estructurada en una especie de pliegues. Investigadores norteamericanos los han estudiado en bebés con alto riesgo de padecer autismo y han revelado que, durante el primer año de vida, la superficie de algunos de esos pliegues crece por encima de lo normal en los casos en que el diagnóstico acaba siendo positivo.

El hallazgo, publicado en la revista Nature, ayuda a entender por qué, a diferencia de lo que pasa en la mayoría de trastornos del desarrollo neurológico, el cerebro de los niños con trastornos del espectro del autismo (TEA) suele tener un tamaño más grande de lo habitual a partir del primer año de vida.

Según los autores del trabajo, el aumento de la superficie de los pliegues, detectado con imágenes de resonancia magnética entre los seis meses y el año, es el paso previo al incremento del volumen global del cerebro, observado entre el primer y el segundo año.

A su vez, el aumento global del volumen coincide en el tiempo con la detección de déficits sociales en el comportamiento relacionados con el autismo, según los resultados de la investigación.

El trabajo se centró solo en bebés con alto riesgo de padecer autismo, en concreto en los que tienen hermanos con TEA: se calcula que su probabilidad de tener un trastorno del espectro del autismo es de entre un 15 y un 20%, unas diez veces superior a la de la población general.

La investigación es por ello un avance hacia el diagnóstico precoz del autismo en los bebés de alto riesgo. Detectar el aumento de la superficie de esas áreas del cerebro durante el primer año de vida podría permitir identificar antes a los niños con TEA. Y, como las conexiones del cerebro de los más pequeños están en construcción en esos primeros meses u años, diagnosticar y actuar antes puede mejorar su desarrollo.

“Si podemos identificar estos niños antes de que presenten síntomas podemos empezar a intervenir más temprano, antes de que las diferencias en el cerebro y el comportamiento tengan la oportunidad de consolidarse”, explica a Big Vang la primera autora de la investigación, la doctora Heather Cody Hazllett, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.

“Todavía tenemos poca evidencia de los resultados de una intervención tan temprana, pero sí sabemos que en general actuar precozmente mejora la evolución”. Lo afirma la doctora Amaia Hervás, responsable de la Unidad de Psiquiatría Infantil y Juvenil del Hospital Universitari Mútua de Terrassa.

Hervás, experta en TEA y que no ha participado en el estudio, detalla que, en caso de que se pudiera llegar a predecir durante el primer año de vida si bebés en alto riesgo padecerán un trastorno del espectro del autismo, intervenir significaría “enseñar a los padres a jugar con los niños mejorando el contacto ocular, motivándolos para el contacto social, estimulando sus sentidos, promoviendo que se desarrollen las conexiones cerebrales que, por sus características, estos niños no tenderán a desarrollar”.

Pero harán falta, subraya Hazlett, más estudios con un número mayor de bebés para sacar conclusiones firmes sobre la posibilidad de llegar a ese diagnóstico precoz.

En este sentido, la investigadora avanza que explorarán las características genéticas que parecen implicadas en el aumento de superficie de los pliegues cerebrales. Conocerlas puede contribuir también a la detección temprana.

Para llegar a estas conclusiones, los autores de la investigación examinaron los datos de estudios previos referentes a 106 bebés que tenían hermanos con autismo en paralelo a otros 42 que no. Los datos incluían un seguimiento de estos niños y por esto se sabía que, de los 106 en riesgo, a 15 les diagnosticaron TEA al cumplir dos años.

La información disponible incluía resonancias magnéticas y evaluaciones del comportamiento de los niños a los 6, 12 y 24 meses de edad.

Las imágenes de resonancia magnética sirvieron para que los investigadores pudieran examinar, en primer lugar, la evolución del volumen total del cerebro de los niños en esos tres momentos temporales. Así fue como advirtieron que el volumen se incrementaba más de lo habitual entre el primer y el segundo año en el caso de los 15 niños a quien se acabó diagnosticando autismo.

A su vez, los autores del estudio observaron que, en esos 15 bebés, la superficie de varios de los pliegues de la cubierta del cerebro, relacionados especialmente con el procesamiento de información sensorial (por ejemplo, visual o auditiva), aumentó considerablemente entre los 6 y los 12 meses en comparación con los niños en riesgo que no desarrollaron autismo o con los que no estaban en riesgo (ninguno de los cuales desarrolló TEA).

Por ello decidieron crear un procedimiento para comprobar si las imágenes de resonancia magnética de la superficie de la cubierta cerebral a los 6 y los 12 meses podían ser útiles para predecir el diagnóstico de autismo.

Y concluyeron que sí y con una alta precisión, aunque a su vez advierten que es necesario llevar a cabo más estudios, por un lado, para evitar dar por positivos casos que realmente no lo son y, por el otro, para investigar si otros trastornos del desarrollo neurológico, más allá de los TEA, pueden tener características como las halladas en este estudio.

Revista Nature

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Hallada la razón por la que los trastornos del espectro del autismo son más comunes en varones

Los trastornos del espectro del autismo (TEA), caso entre otros del autismo, el síndrome de Asperger o el síndrome de Rett, son un conjunto de trastornos del neurodesarrollo que aparecen en la infancia y se caracterizan, entre otros síntomas y signos, por un déficit en la comunicación, dificultades para la correcta integración social, una dependencia exagerada de las rutinas, y una gran intolerancia ante los cambios o a la frustración. Unos trastornos cuya prevalencia se estima en un caso por cada 100 nacimientos y que son muchísimos más comunes en los varones. De hecho, por cada mujer diagnosticada con un TEA hay cuatro varones. Pero, esta diferencia de género más que notable, ¿a qué obedece? Pues según un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Johann Wolfgang Goethe en Frankfurt (Alemania), a una ‘simple’ diferencia anatómica cerebral.

Como explica Christine Ecker, directora de esta investigación publicada en la revista «JAMA Psychiatry», «nuestro trabajo demuestra que la diversidad fenotípica en la estructura cerebral asociada al sexo, además del género biológico por sí mismo, afecta a la prevalencia de TEA, asociándose las características neuroanatómicas masculinas con un mayor riesgo intrínseco de TEA que las femeninas».

El objetivo del estudio fue evaluar si la notable diferencia en la prevalencia de TEA entre sexos podría explicarse por las diferencias en la estructura cerebral de hombres y mujeres. Y para ello, los autores contaron con la participación de 98 adultos diestros con edades comprendidas entre los 18 y los 42 años y un diagnóstico de ‘autismo de alto funcionamiento’ –un término ‘informal’, que no clínico, que indica que los afectados tienen una capacidad funcional prácticamente similar a la del resto de la población– y de 98 adultos que, de la misma edad, no padecían el trastorno –el consabido ‘grupo control’.

Los autores sometieron a los participantes a distintas pruebas de imagen para estudiar la anatomía de sus cerebros y realizaron un análisis estadístico para determinar la probabilidad del diagnóstico de TEA. O más concretamente, como refiere Christine Ecker, «en nuestro trabajo basamos nuestro análisis en el espesor de la corteza cerebral, pues puede variar entre las mujeres y los varones y puede encontrarse alterado en las personas afectadas por este grupo de trastornos».

Los resultados demuestran que, comparada frente a la de las mujeres, la anatomía característica del cerebro masculino se asocia con una mayor probabilidad de desarrollar autismo. De hecho, las mujeres que presentaban una estructura cerebral más propia de los varones tuvieron, frente a sus homónimas con una anatomía del cerebro ‘típicamente femenina’, una probabilidad hasta tres veces mayor de padecer un TEA.

Entonces, parece claro: los TEA son más comunes en los varones por una ‘simple’ cuestión anatómica. Sin embargo, resulta evidencia que no todos los hombres –y sí algunas mujeres– acaban desarrollando un TEA. Entonces, ¿cuál es la causa real de su aparición? Pues la verdad es que, como reconocen los autores, no se sabe.

Como concluye Christine Ecker, «nuestro trabajo sugiere que las características del cerebro masculino se asocian con una mayor probabilidad de TEA, pero nuestros hallazgos deben ser confirmados en ostros subgrupos del espectro del autismo. Además, necesitamos más investigaciones para examinar las posibles causas de esta asociación».

Revista JAMA Psychiatry

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Bebés expuestos a complicaciones más propensos a autismo

Los niños que fueron expuestos a breves complicaciones durante su gestación o al momento de nacer tienen mayor probabilidad de desarrollar autismo, asegura un estudio publicado en American Journal of Perinatology.

La investigación, realizada en niños que nacieron en los hospitales de Kaiser Permanente en el sur de California entre 1991 y 2009, encontró que de los 6.255 bebés que fueron diagnosticados con trastorno del espectro del autismo (TEA), el 37% había sufrido algún tipo de complicaciones prenatales.

«Nuestro estudio sugiere que los niños expuestos a ciertas complicaciones especialmente la asfixia y la preeclampsia, eran más propensas a ser diagnosticados con TEA», explicó a Efe el autor principal del estudio, el doctor Darios Getahun del Departamento de Investigación y Evaluación del Sur de Kaiser Permanente del Sur de California.

Aunque en la actualidad no hay cura para los diagnósticos del TEA, la identificación temprana de niños que pueden estar en riesgo de desarrollar el padecimiento es extremadamente importante, concluye la investigación.

Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) estima que 1 de cada 68 niños en edad escolar padece TEA y menos de la mitad de los niños identificados (el 43 %) reciben evaluaciones del desarrollo antes de los 3 años de edad.

Getahun considera que los nuevos hallazgos podrían tener importantes implicaciones clínicas, ayudando a los pediatras a identificar a los niños en riesgo que podrían beneficiarse de una estrecha vigilancia y diagnóstico precoz, en «un momento en que la terapia conductual y de desarrollo es más eficaz».

El estudio también encontró que los niños sanos que están expuestos a complicaciones durante el parto tienen un 10 % mayor riesgo de desarrollar trastorno del espectro del autismo.

«Entre los hispanos y los asiáticos se observaron asociaciones significativas para asfixia de nacimiento», advirtió Getahun

 

Además de la preeclampsia, una condición del embarazo caracterizada por hipertensión arterial y signos de daño a otro órgano, otras complicaciones prenatales que se asociaron con TEA incluyeron separación prematura de la placenta del útero, feto transversal, tamaño o posición anormal, y problemas con el cordón umbilical. 

Revista American Journal of Perinatology

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